La
de don Tancredo fue una suerte taurina que tuvo cierto éxito en las
primeras décadas del siglo XX. Un individuo, generalmente pintado de
blanco, esperaba inmóvil al toro en la plaza, con la esperanza de
hacerle creer que se trataba de un objeto inanimado y, así, eludir
su embestida. En todo lo que tiene que ver con las corridas de
Illunbe, el alcalde de Donostia es la viva imagen de don Tancredo.
Permanece quieto, como si no fuese con él la cosa, tratando de pasar
desapercibido. Arguye que las corridas son fruto de una iniciativa
privada, que son legales, que el Ayuntamiento no puede prohibirlas y
que, puesto que existe una plaza expresamente construida para ello,
¿pues qué le vamos a hacer?
Pero
el
Ayuntamiento no es un agente neutral en este asunto, como pretende
hacer creer Eneko Goia, sino un colaborador imprescindible. Las
corridas se celebran única y exclusivamente porque la empresa
organizadora dispone de un coso municipal, aquel que, según el
sonsonete que repetían sus promotores, no iba a costar un duro a l@s
donostiarras, ¿lo recuerdan?, y, sin embargo, hemos terminado
pagando y seguimos pagando a precio de oro.
Además, las muestras de
connivencia municipal son variadas, desde las facilidades para la
publicidad hasta la concesión de la Concha de Oro a la mejor faena
de la Aste Nagusia. Por cierto, ¿también este año el Ayuntamiento
va a cerrar al público el parking disuasorio de Illunbe los días de
corrida para que puedan disfrutarlo exclusivamente los aficionados
taurinos o tendrá en cuenta la opinión de quienes el año pasado
denunciamos que era un abuso y, además, incoherente con las medidas
de tráfico, como señaló expresamente el Real Automóvil Club?
En
realidad, Eneko Goia no siempre ha hecho de don Tancredo. Nos
acordamos perfectamente de cuando suscribía iniciativas para que el
Ayuntamiento redujese el precio del alquiler de Illunbe a los
promotores de las corridas, o sea, para que las subvencionara
indirectamente. Ya como alcalde, propició su “recuperación”.
Era la vuelta a “la normalidad”, vamos, la vuelta a “lo de
siempre”.
También
nos acordamos de cuando, en 2016, la plataforma Donostia Antitaurina
Orain!, cumpliendo escrupulosamente el Reglamento de Participación
Ciudadana, reunió las 10.000 firmas que abrían el camino a una
consulta ciudadana sobre si las instalaciones municipales de Illunbe
se debían destinar o no a espectáculos que implicasen maltrato
animal. Goia recogió el guante, al menos en apariencia, e incluso
anunció una fecha para la consulta: el 19 de febrero de 2017. Es
verdad que aquella consulta fue prohibida nada menos que por el
Consejo de Ministros, entonces en manos del PP, pero también lo es
que, ante el golpe de estado a la autonomía municipal y el derecho a
decidir sobre algo tan elemental como a qué destinar sus
equipamientos, el alcalde declaró que “estudiaría otras vías
para que los ciudadanos puedan manifestar su opinión”. Y esas vías
existían y existen; de hecho, el Ayuntamiento las utiliza cuando le
parece oportuno, por ejemplo, para conceder el Tambor de Oro.
Pero
Goia se olvidó de sus promesas e intuimos que en ese olvido tuvo
mucho que ver la Encuesta de Percepción Ciudadana encargada por el
propio Ayuntamiento aquel mismo 2017, que revelaba que el 71% de la
ciudadanía era expresamente contraria a la cesión de instalaciones
municipales para matar toros. Fue entonces cuando Goia adoptó esa
postura de don Tancredo que, en la práctica, lo coloca a favor de un
espectáculo consistente en torturar animales y en contra de una
decisión democrática sobre este asunto basada en preguntar
directamente a la ciudadanía.
¿Hasta
cuándo va a poder Goia seguir haciendo de don Tancredo? Pues,
lógicamente, hasta que el engaño le resulte posible y útil. Ahora
bien, el renovado acuerdo de gobierno municipal con el PSOE incluye
un punto que, más pronto que tarde, en un sentido u otro, podría
obligarle a abandonar su impostado tancredismo. Dice así: “Se
hace ineludible abarcar en esta legislatura la renovación de los
equipamientos de la ciudad deportiva de Anoeta y adaptar Illunbe como
el pabellón multiusos que necesita Donostia para albergar eventos
deportivos, culturales y artísticos de primer nivel”.
La
pregunta es: ¿el gobierno municipal va a condicionar la “adaptación”
de Illunbe al mantenimiento del uso taurino –con los
inconvenientes, por cierto, que de ello se puedan derivar para otros
usos a lo largo de todo el año–? Porque esa sí que es una
decisión estrictamente municipal. Aquí no vale escudarse en que el
Gobierno no nos deja preguntar o los tribunales nos dicen que, si hay
plaza de toros, se pueden hacer corridas. Si la respuesta a esa
pregunta es sí, el Ayuntamiento no solo estaría dando la espalda a
la ciudadanía sino que financiaría las corridas, una vez más, con
el dinero de tod@s l@s donostiarras. Después de eso, Goia tendría
difícil seguir haciendo de don Trancredo.
En
este contexto, el próximo día 12, coincidiendo con el arranque de
la Aste Nagusia, Gipuzkoa Antitaurina ha organizado una nueva
manifestación en el Bulevar para denunciar las matanzas de toros en
Illunbe y la connivencia municipal. Los miembros de Eguzki
agradecemos de veras la iniciativa, a la que, por supuesto, nos
sumamos, porque permite dar cauce al sentimiento antitaurino de l@s
donostiarras. Un sentimiento que se alimenta, sin duda, del
convencimiento de que torturar animales en público hasta la muerte
por puro espectáculo no es admisible, ni en Donostia ni en ninguna
parte, pero también de otros convencimientos. Por ejemplo, del de
que todo lo relacionado con Illunbe ha sido un chanchullo desde el
principio y ya es hora de que deje de serlo. O del de que “los
toros” no son ni de izquierdas ni de derechas, ni vascos ni
españoles, ni monárquicos ni republicanos, dicen, pero lo cierto es
que, en Illunbe, la tostada siempre cae del lado de la mantequilla,
como lo demostró el hecho de que, tras la “reconquista” de la
plaza para las corridas, el rey emérito ejerciera su padrinazgo año
tras año, hasta que, por esos problemillas al parecer relacionados
con la corrupción que lo mantienen en una situación de
semidestierro –eso sí, dorado–, dejó de hacerlo.
Por
cierto, la suerte de don Tancredo desapareció de los ruedos hace ya
muchas décadas, porque los toros detectaban con demasiada frecuencia
el engaño y quienes la practicaban terminaban corneados.